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Sociedad
Ajo y seca… cuando las lagunas no interesan
Las condiciones climáticas adversas se están llevando los espejos de agua, reservorios vitales para el ambiente de la región, poniendo en riesgo no sólo a la productividad, sino también al desarrollo social de toda la comunidad. Una responsabilidad dirigencial que tiene cómplices por todos lados.
Ajo y seca… cuando las lagunas no interesan

“Ajo”derse y “agua”ntarse, dice el viejo refrán que vendría de perlas para caracterizar la situación que se vive en la región, salvo por la seca que toma parte –y sólo parte- de la provincia de Buenos Aires, aunque golpea con bastante fuerza a nuestra zona, más allá de las lluvias esperanzadoras de noviembre.


Después de tantos cabildeos, “a joderse” sería la respuesta más cruel, aunque lógica a la cadena de imprevisiones y desprecio ambiental que se ha gestado desde hace décadas, basada en una ambición desmedida de la producción granaria a costa de llevarse puestos los ambientes naturales y con ello a buena parte de la biodiversidad.


“Obras de retención y no desagüe”, ya decía Florentino Ameghino en su trabajo de fines de 1800, luego de una gira que realizara desde el nacimiento del río Salado bonaerense hasta su desembocadura en el lugar donde el río de la Plata y la costa atlántica parecen confluir.


El fin era simple, demasiado simple para los iluminados que tras de las inundaciones de los años ’90 se dedicaron a sacar el agua hacia cualquier lado y la cantidad de canales clandestinos demostró que la dirigencia agraria se une sólo cuando le tocan el bolsillo.


Con el turismo despreciado y los espejos de agua contaminados a punto tal de no poder siquiera usar las aguas de modo recreacional, transcurren estas políticas infames


“No hay agua de sobra, porqué desaguar”, indicaba el investigador, al analizar la situación que hoy le da la razón, pero que también la tenía cuando la época húmeda asomaba y era necesario sí, regular para que el agua fluyera.


“Es sabido que toda cuestión tiene sus dos lados, el pro y el contra –decía Ameghino- y ahora veamos entonces los perjuicios que ocasionaría un desagüe perpetuo en estas mil leguas de campo”, sentenciaba, mientras hoy miramos hacia un horizonte gris, producto de un paisaje inundado de agroquímicos y desmonte.


Y mientras lloramos sobre la leche derramada -en 1884- Ameghino remarcaba que “el agua que anega los terrenos (en épocas de lluvia) se iría al mar, en vez de evaporarse e infiltrarse en el suelo, como ahora sucede, de modo que siendo más escasos los vapores acuosos suspendidos en la atmósfera, serían más escasas las lluvias (…) y de consiguiente más largos y sensibles los períodos de largas secas”.


Clarito, contundente, sencillo y actual lo escrito hace 138 años, por quien, sin demasiada tecnología, observó la naturaleza y casi como un Nostradamus vernáculo, escribió una obra que muchos despreciaron sin siquiera leerla y que recién después de 100 años, en 1984 volvió nuevamente a la luz, cuando el río Salado mostraba su bravura indomable, ya sea con inundaciones como con sequías, producto del cambio climático que ya empezaba a evidenciarse.


 Ameghino remarcaba que el problema consistía en tratar de resolver las inundaciones excesivas y evitar las secas


SUELOS CADA VEZ MAS DESNUDOS


Ameghino remarcaba que el problema consistía en tratar de resolver las inundaciones excesivas y evitar las secas, pero para esto último era necesario dar desagüe a los terrenos anegadizos, pero impedirlo en épocas de menos lluvias. Hacía además mención a secas considerables que se habían producido en el sudeste bonaerense en la segunda parte del siglo XIX, algo a tener en cuenta en la actualidad ya que podría pasar también que esté revirtiéndose el período húmedo por el cual transita la región pampeana desde hace al menos 60 años.


¿RESERVORIOS O BOTIN DE GUERRA?


Las lagunas bonaerenses, sean grandes o pequeñas, en lugar de ser vistas como un reservorio de humedad importantísimo por parte de los productores agropecuarios, han sido tomadas prácticamente como un “desastre natural” para ellos y las presiones sobre los funcionarios de turno no han parado nunca.


Ya durante la gestión de Abel Miguel en Junín, cuando un conjunto de tablas oficiaban de “cota lacustre” en la laguna de Gómez, las presiones de los productores eran constantes para que ese nivel se bajara, lo cual les daría algún millar más de hectáreas de siembra o pastoreo al agricultor o ganadero aunque el perjuicio fuera para la biota del espejo de agua, principalmente las especies ícticas destinadas a la pesca deportiva y que eran las vedettes del miniturismo que por aquellos tiempos era explosivo.


Esa desaprensión por las encadenadas de Junín siguió hasta nuestros días y no es casualidad, ni “culpa de la naturaleza”, que una vez más Mar Chiquita, De Gómez y El Carpincho estén en peligro de extinción temporaria, mientras su fauna sufre el castigo generado por la ineficiencia y la actitud pusilánime de funcionarios que además de ser ignorantes de esta temática, se ponen del lado contrario de la producción sostenible y sustentable.


Con la agricultura en jaque por la falta de agua y la biodiversidad sin posibilidades de recuperación, las lagunas parecen resultar un “efecto colateral” del ingreso de divisas


Y si bien la injerencia de las aguas interiores provinciales son exclusivo manejo de la gobernación, no se ha oído una sola voz a nivel local, para el cuidado del nivel de las aguas; salvo cuando el bajo caudal afectaba a un familiar del secretario de Desarrollo del municipio Manuel Llovet, quien regenteaba un coto de pesca en la localidad de Agustina.


La misma responsabilidad le cabe al juez federal de Junín, Pedro Plou, quien dio curso a la denuncia de un productor agropecuario y ordenó paralizar las obras previstas en la laguna santafesina de La Picasa, cuya liberación de caudal seguramente hubiera mejorado el nivel lagunar de la región oeste y noroeste bonaerense.


Y en este andamiaje de intereses creados, la figura de Florentino Ameghino se agiganta por más que hayan pasado casi una centena y media años de su trabajo, porque desde ese tiempo es que se repiten los hechos de la naturaleza, sin que haya intenciones de corregirlos para que su efecto sea menos destructivo. Un acierto del investigador que ya observaba en aquellos años, como el agua de escurrimiento se terminaba llevando la capa fértil del suelo, por el simple motivo de no morigerar el desagüe.


Hoy, tras el uso de los herbicidas, los suelos pelados dejan todo al desnudo, ya que luego se pagará por millones de kilos de fertilizantes en un agronegocio que tiene mucho más de extractivo que de sustentable.


Con el cauce del Salado aún en obra, todavía después de los primeros planes maestros de hace 30 años. Con la agricultura en jaque por la falta de agua y la biodiversidad sin posibilidades de recuperación, las lagunas parecen resultar un “efecto colateral” del ingreso de divisas agropecuario que no mide impactos ni daños y sólo calcula el negocio en dólares y no en calidad de vida. Con el turismo despreciado y los espejos de agua contaminados a punto tal de no poder siquiera usar las aguas de modo recreacional, transcurren estas políticas infames con un conglomerado de responsables y cómplices a la hora de asesinar el futuro. A joderse, que nos jodemos todos.

Semanario de Junín



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